por Marga Albertí

En la lista de perjuicios al sector aéreo no deberían equipararse por mucho que las pérdidas económicas los igualen.

El primero, del que se cumple ahora un año, fue un fenómeno natural y el segundo se debió a la “mano” del hombre.

No hay común denominador posible. El primero tuvo solo víctimas morales, de las espeluznantes consecuencias del segundo mejor ni hablar. Recordar una erupción volcánica que no causó un solo muerto como si se tratara de un aniversario trágico es propio de nuestro malcriado siglo XXI.

Qué dirían en Pompeya. O en Japón, un país avezado a terremotos y tsunamis que lo ponen al borde del desastre nuclear.

El volcán Eyjafalla nos recordó lo pequeños que somos, eso es todo.

Muchas empresas perdieron dinero, mucha gente se quedó sin vacaciones, tuvo que aplazar sus reuniones de negocios o sus encuentros personales.

Salvo excepciones, nada irreparable.

Las epidemias de peste de los siglos medievales son las cancelaciones aéreas de hoy, al menos para los privilegiados del primer mundo.

Yo diría que hemos salido ganando.

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