La respuesta solamente podrá encontrarse en estudios técnicos que de un modo desapasionado midan el impacto del proyecto maderero que ya se está licitando y ajusten el proyecto a la preservación de los atractivos turísticos de un balneario privilegiado. En todo caso, las unanimidades maniqueas no agregan nada, mientras que un profundo estudio técnico puede determinar el modo de alcanzar una solución que beneficie a todos.

La movilización que desarrollaron en los últimos días vecinos y comerciantes de La Paloma, que ha contado con el apoyo de la Intendencia de Rocha y la alcaldía local, presentó ante la opinión pública un tema que merece el más minucioso de los análisis. Y en que no puede aceptarse como verdad revelada ninguna de las posiciones contrastantes que se están volcando sobre este tema. Se trata de la adaptación del puerto de La Paloma como terminal maderera, según el llamado a licitación que a principios del año formuló el Ministerio de Transporte y Obras Públicas. No se puede disimular que se trata de un asunto complejo, que debe dilucidarse a través de estudios técnicos y que demanda una decisión política en la que se deben colocar sobre la balanza intereses potencialmente opuestos, pero que son respetables y deben ser tenidos en cuenta.

Opinar con verdaderos fundamentos sobre un tema de esta naturaleza demanda en primer lugar un minucioso análisis sobre el impacto ambiental del puerto que se propone. La primera gran pregunta a responder es si no existe la posibilidad de que la actividad turística y el embarque de madera puedan ser compatibles. O también, si se puede o no adaptar el proyecto de tal modo de que el impacto ambiental sea mínimo.

No es por definición imposible que un puerto conviva con balnearios atractivos o turísticos. Sobran ejemplos. Cartagena de Indias, en Colombia, es un polo turístico de fuerte atractivo y también un puerto de mar. Fortaleza y Río de Janeiro, en Brasil, reúnen playas envidiables con una fuerte actividad portuaria. En Chile, Puerto Montt es un emporio de la exportación y un objetivo turístico. Lo es también Montecarlo, puerto y balneario del Mediterráneo. O Nápoles, cuya importante terminal marítima no mengua los atractivos de turísticos inmediatos de Amalfi, Capri o Anacapri, parte de los cuales son el baño en aguas sorprendentemente cristalinas.

Se comprende perfectamente que los vecinos y comerciantes de La Paloma se movilicen con el énfasis con el que lo vienen haciendo. Así como algunos habitantes de Gualeguaychú estaban convencidos que la contaminación de Botnia podría incluso matarlos, es evidente que los de La Paloma están inclinados a creer que la instalación del puerto es algo así como el certificado de defunción de uno de los más lindos y tradicionales balnearios de la costa rochense, hoy principal destino del turismo joven. Es algo que no ayuda a la reflexión serena y genera actitudes maniqueas, cuando la realidad está llena de matices.

La lección de Botnia es ilustrativa. Muchos disgustos se hubieran ahorrado en el caso de que, con actitud sosegada, en Gualeguaychú se hubieran tenido en cuenta los estudios de impacto ambiental que señalaban que el funcionamiento de la planta no degradaría el ambiente regional. En el caso de La Paloma estos estudios deben ser particularmente exhaustivos. El tema no se agota en la instalación de grandes depósitos de madera y/o la eventual contaminación de las playas inmediatas por acción de los buques, sino que comprende los impactos que en materia de tránsito de camiones se proyectarán sobre la vialidad regional o las dificultades que en el verano los mismos plantearán al desplazamiento de los turistas. Es probable que esto se resuelva mejor con el ensanchamiento de la actual ruta de acceso y el establecimiento de caminos obligatorios y de zonas de exclusión para vehículos pesados.

Más allá del tema concreto de la madera, un puerto de aguas profundas en Rocha -sea donde sea restará algún espacio para la actividad balnearia- es una meta nacional de muy especial importancia. Cada vez más el comercio mundial incorpora buques cargueros de gran porte, que por su inmensa capacidad abaten costos en la importación o exportación de mercaderías. Estos buques no pueden operar en Montevideo por limitaciones de calado. Si Uruguay quiere cumplir con el sueño de convertirse en el gran nodo regional del comercio marítimo, será imprescindible contar con una terminal de ese tipo, cuyo emplazamiento, condicionado por la geografía, debe ser en la costa oceánica de Rocha. En caso contrario, Río Grande, en Brasil, y Bahía Blanca, en Argentina, terminarán relegando las posibilidades uruguayas de competir en esta materia y ofrecer muy buenos empleos en servicios logísticos, tanto en Rocha como en todo Uruguay.

En estos días se ha tratado de enfrentar los intereses nacionales con los muy legítimos de la comunidad palomina. Y es muy posible que puedan conciliarse. El tema es no obrar a ciegas, sino con estudios exhaustivos que señalen muy claramente lo que se gana y lo que se pierde. El tema no es solo la cantidad de empleos que pueden agregarse a la tan menguada oferta que hoy existe en Rocha. Lo que se debe considerar también es el impacto que resultará de la consolidación del país como nodo del comercio regional que tendrá una oferta de empleos de calidad.

Es malo que el tema haya sido tomado por los rochenses como una causa departamental que concita unanimidades. Sobre un tema en que no hay nada blanco o negro, sino matices que deben explorarse técnicamente. Si no se comprende se estará conspirando contra el futuro nacional, cuando es muy probable que se puedan encontrar soluciones buenas para las playas de Anaconda o La Aguada y también excelentes para el crecimiento del país.

fuente: ultimasnoticias.com.uy

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