por  Damián Argul

Como ciudadanos de un país que a lo largo de toda su historia ha sido orgulloso e inequívocamente republicano, no podemos entender el sentimiento de los pueblos que detentan estas instituciones, desde España hasta Suecia, y por lo tanto nos abstenemos de juzgarlo, aliviando al lector de nuestra opinión al respecto.

Pero no entendemos que en este siglo XXI, se critique el hecho de viajar en si mismo, sin entrar en los detalles que conciernan a ellos.

En las crisis que sufrimos por acá, a principios de los 2000, mucha gente dejó de viajar “porque no quedaba bien”aunque su dinero no fue a parar a obras de caridad o a ningún proyecto social, sino que simplemente quedó en reserva a la espera de una mejor oportunidad.  Peor fue quienes viajaron de incógnito o pretextando falsas obligaciones.

Viajar es un derecho de las personas, aunque, lamentablemente, como tantos otros derechos, no esté al alcance de todos. Para muchos es una necesidad y cada uno debe poder viajar a donde más le plazca, de acuerdo a sus posibilidades económicas, ya sea acampando junto a un arroyo o alojándose en una suite de siete mil dólares en el Golfo Pérsico, alrededor de la cual obtienen trabajo muchas personas.

Imponer una sanción moral o simplemente criticar a quienes viajan nos parece inaceptable, especialmente en aquellos países que obtienen del turismo sus principales ingresos.

Portal de América - Fuente: http://boletin-turistico.com