Cancillería recula en chancletas
 
por Raúl Ronzoni
Búsqueda - Nº2021 - 23 al 29 de Mayo de 2019

Cuando en las relaciones exteriores se aplican políticas de Estado el país se aproxima al sosiego y las certezas. En una sociedad democrática y transparente lo mismo debería ocurrir con las cuestiones administrativas, pero parece imposible evitar la influencia de intereses políticos o personales. Nadie hubiera creído que se planificaría una sucia maniobra para alterar el concurso de acceso a la carrera diplomática. Es la primera vez desde 1975 en forma tan grotesca.

Ese año se profesionalizó la carrera y mediante un concurso público y abierto ingresaron 27 nuevos diplomáticos al escalafón. Fue consecuencia del Decreto Ley 14.206 de 1994 que estableció límites de edad. Hasta entonces todos los ingresos eran digitados.

Muchos de aquellos ingresados terminaron como embajadores de carrera con los consiguientes beneficios profesionales y económicos. Otros se jubilaron o les falta poco. El paso del tiempo aumentó las exigencias y mejoró la calificación del servicio exterior.

El miércoles 15 se produjo un quiebre cuando el diario El Observador denunció una trampa. Se alteraron las bases del concurso y se otorgaron dos puntos más a todos quienes llegaron al final para beneficiar a tres participantes que no alcanzaban el mínimo. Sin esos puntos quedaban afuera. El último de la lista de tres es hijo de Ana María Bombau, embajadora en Panamá desde 2014, cuya designación el diario calificó con acierto como “controversial” (objeto de discusión): pasó de administrativa a diplomática por su adhesión al Movimiento de Participación Popular.

La noticia golpeó la línea de flotación del ministerio. La matufia forzó consultas con la Oficina de Servicio Civil que opinó que se debían cumplir las bases. Al día siguiente el ministerio dio marcha atrás: los tres privilegiados fueron descartados e ingresaron los ocho primeros.

Una decisión rápida y acertada, pero, como expresa el elocuente dicho popular, reculando en chancletas. Al recular usando chancletas se descalzan los pies, se entreveran los pasos, el andar es errático y se arriesgan caídas por la pérdida del equilibrio.

El jueves 16 un comunicado de la oficina de prensa informó que el ministro Rodolfo Nin Nova había eliminado a los tres colados luego de “haberse constatado la existencia de un error en los resultados”. Más tarde en rueda de prensa el ministro insistió: “No sanciono errores involuntarios”.

Veamos: un error es no ponerle levadura a la masa del pan casero, digitar mal una letra en la computadora, marcar una dirección errónea en el GPS, o confundirse en la hora de una cita. El del concurso no fue error y menos involuntario. Nadie por equivocación agrega dos puntos —los necesarios para beneficiar—, violando las bases y la exigencia concursal.

Fue una trampa planificada, un acto corrupto. Como todos esos actos, previstos en la ley penal, debe ser investigado a fondo. En aras de la transparencia quizá algún fiscal disponga una investigación de oficio porque sin pruebas en contrario es un hecho con apariencia delictiva. ¿O no tiene esa apariencia?

Si alguien cometió un error, el ministerio tiene que explicar con claridad en qué consistió e identificar al autor en lugar de sacarle el culo a la jeringa. El gremio de funcionarios diplomáticos, Afuseu, se fue por la tangente. Se limitó a expresar preocupación y exigir que se cumplan las bases de los concursos. Obviedades.

Bombau, que llegó a Montevideo en uso de licencia para una campaña filial, solicitó una entrevista a Afuseu. En esa nota, como no podía ser de otra manera para salvar a los colados, apoya la opinión de Nin Novoa de “un error involuntario”.

La cuestión es que con esa acción Bombau decidió intervenir en el debate partidario para abogar por el oficialismo. Sin ninguna prueba le atribuye a El Observador haber publicado la noticia “con burdos tintes políticos en año electoral”. Con eso, sin cometer un error involuntario defiende implícitamente al partido de gobierno en la contienda electoral. ¡Insólito por lo tosco!

Hace exactamente un año Nin Novoa cambió de funciones al embajador Álvaro Moerzinguer por haber participado en una reunión con dirigentes blancos. El ministro lo justificó en que el estatuto establece que los diplomáticos deben estar al servicio del país con independencia de cualquier partido o fracción política. ¿Como Bombau?

Los docentes externos que intervinieron en el concurso y en cuya participación se refugió Nin Novoa por ser “quienes toman exámenes”, piden que se identifique a los culpables de la trampa. Lo sensato.

Basta con tirar de la piola. El concurso lo organiza el Instituto Artigas del Servicio Exterior a cuyo frente está el embajador Alberto Guani. Participó el director general del ministerio, embajador Carlos Amorín. ¿Es posible que a dos diplomáticos experimentados y calificados les pasara el engaño y solo se enteraran a través de la publicación periodística?

Cuando El Observador consultó a Guani, dijo que no opinaría. Amorín se molestó: “Ya sacaron muchas cosas, no quiero hablar”. Ese “ya sacaron muchas cosas” suena a reproche por haber informado.

Desde el interés personal de Guani y Amorín —ambos afines a sectores del partido de gobierno— se entiende que pateen la pelota para el costado: aspiran a ser designados en nuevos destinos cuando venza su permanencia obligatoria de dos años en el país. Para Amorín será el último destino de su carrera. Quiere ser designado en Naciones Unidas donde cesará Elbio Rosselli.

Sin investigar a fondo, ¿qué garantías tienen los futuros concursantes de que no se repetirán maniobras similares? ¿Es posible confiar en la transparencia de los concursos sin saber quién o quiénes fueron los responsables y si fue un acto voluntario o se ordenó instrumentar el engaño?

El ministerio opta por no levantar polvareda. Tal vez, como la embajadora Bombau, cree que todos somos nabos.

Así nos va.

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