por Ricardo Montenegro, especial para PDA

Las 13 colonias norteamericanas se declararon libres e independientes de Gran Bretaña el 4 de julio de 1776, pero no había tiempo de festejos y las luces que se veían en el cielo eran producto de las armas de la guerra que se extendió hasta 1781.

La posterior historia de aquella primera república, hoy con 50 estados, ha convertido a la fecha en un factor de unidad, en el que el patriotismo, la tradición y el orgullo norteamericano relucen.

Y vaya si lo hacen, con desfiles y fuegos artificiales que no sólo se ven en las grandes urbes sino además en los más pequeños pueblos y condados.

La celebración tiene desde hace años el aditivo del turismo. El interno y el del mundo, que llegan a ciudades como Nueva York, Washington, Filadelfia, Boston y muchas más, para disfrutar de los grandes desfiles y extraordinarios fuegos de artificio.

En Washington, los grandes monumentos son los elegidos para la foto que recuerde la presencia en el espectáculo multicolor en el cielo. El Capitolio, los memoriales en homenaje a George Washington, Thomas Jefersson y Abraham Lincoln, el emblemático obelisco y su lago, congregan a miles de personas de diferentes partes del mundo.

Washington es la capital del país, pero Nueva York lo es del mundo y en gran medida la vidriera de los Estados Unidos a ojos de extranjeros.

La fiesta en Manhattan es formidable, la presencia del Empire State iluminado con los colores de la bandera, el desfile por la 5ª Avenida, la concentración en Times Square y en el cielo miles y miles de luces blancas, azules y rojas estallando, hacen que también los visitantes se multipliquen para ser parte de un espectáculo inigualable.

Festejar el nacimiento del país es en este caso, además de las connotaciones comunes a todos los estados, una celebración que mueve a millones a disfrutar ociosamente de una actividad singular, lo que hace también al turismo, que es de lo que estamos hablando.

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