por Fernando García Castro
La población completa despide al mal humor en medio de concurridos festejos; el júbilo invade y se carga el ánimo de buenas vibras, suficientes hasta el año siguiente.
El Carnaval es un breve espacio de tiempo en el que el pueblo tiene Rey y Reina y se hace festiva reverencia a Sus Graciosas Majestades en agradecimiento al excepcional regocijo que van repartiendo con ayuda de sus Cortes Reales y de numerosas comparsas, a través de vistosos y coloridos desfiles que recorren las adornadas calles todos los días.
El espíritu carnavalesco invade tanto a quien se entrega a sus naturales instintos fiesteros, como a quien toma la celebración por meros motivos religiosos. En realidad, el ambiente de gozo cunde para todos sin distinción en las ciudades donde se lleva a cabo el Carnaval, chicas o grandes, con ostentosos desfiles o con devotas fiestas litúrgicas.
En los Carnavales en México, por impulso natural y tradición, se da rienda suelta al "guateque", se dedica el tiempo entero a la convivencia y agasajo ‘con medio mundo’, con el que siente junto, sin reparo ni restricción; música, carcajadas, tragos y baile se comparten y luce de forma permanente una sonrisa en el rostro de todos los participantes de desfiles y convites.
Todo comienza cuando es ‘quemado’ el mal humor en una ceremonia simbólica: se viste de un personaje de disgusto general, como el político de moda o cualquier figura pública que haya causado un mal escándalo o revuelo por situaciones desagradables para el vulgo durante el periodo anual que termina. Se cuelga frente al pueblo entero a manera de linchamiento público, y literalmente, se quema. Viene entonces la coronación de los Reyes y de sus respectivas Cortes Reales, abriendo así el paso al buen humor.
La Reina es generalmente una representante de la belleza local, mientras que el Rey, llamado “Rey Feo” (o “Rey de la Alegría” queriendo evitar ser despectivo), es una grotesca representación del Dios Momo (deidad romana de la locura y la burla), y ambos, junto con sus cortesanos son los encargados de hacer llegar todo ese júbilo a sus ‘gobernados’. Las fiestas, desfiles alegóricos y bailes interminables a cargo de profesionales comparsas dancísticas con décadas de historia y presencia en los Carnavales, se llevan a cabo por siete días continuos, hasta que muere y se entierra el espíritu de la fiesta, personificado por ‘Juan Carnaval’. De forma pública, el Martes de Carnaval se hace un entierro de la imaginaria figura y se dan por terminados los siete días de exhaustiva celebración carnavalesca.
Al día siguiente, Miércoles de Ceniza, comienza la temporada de la Cuaresma, que es el período religioso de reflexión y penitencia, que sirve de purificación y preparación para los actos litúrgicos de la Semana Santa.
Las fechas de Carnaval no son fijas en el calendario. Se mueven y calculan dependiendo de las fechas religiosas de Semana Santa y el Miércoles de Ceniza, mismas que a la vez se basan en el calendario lunar: el Viernes Santo corresponde a la primera luna llena después del equinoccio de Primavera (o, como en el caso de este año 2008, que caen ambos el mismo día), y partiendo de ahí se conocen entonces las fechas del resto de la Semana Mayor. Cuarenta días antes del Domingo de Ramos es el Miércoles de Ceniza, fecha con la que inicia la cuaresma (los cuarenta días ‘de guardar’), y es inmediata al Martes de Carnaval (Mardi-Gras, como es conocido en francés), día en que termina el periodo semanal de las fiestas ‘de la carne’, del gozo absoluto, ‘carnestolendas’, o de Carnaval.
Los carnavales de México son definitivamente, de los mejores del mundo.
Ninguna descripción puede acercarse a la realidad; son experiencias que tienen que vivirse de primera mano para sentir el entusiasmo colectivo y contagiarse del buen humor.
Por lo que le invitamos a viajar a Mazatlán, a Veracruz, o a cualquier ciudad que dé rienda suelta a la algarabía con su fantástico y animado Carnaval, ¡el período más alegre del año!
fuente: bestday.com.mx