por Luis Alejandro Rizzi, desde Buenos Aires (Murió Tabaré, intentamos ponerle letra a nuestro respetuoso silencio)
Escribiré sobre Tabaré Vazquez dos hechos puntuales en nuestras historias, Argentina y Uruguay, uno tiene que ver con la decencia y honestidad intelectual, el otro con la ejemplaridad institucional
Tabaré Vazquez nos dio una lección de prudencia, de firmeza y de respeto cuando se produjo el triste conflicto por la radicación de BOTNIA en la orilla oriental del rio Uruguay.
El gobierno argentino hizo uso de ese conflicto autogenerado, recurriendo a las “fake news” y a la patología más aguda del pueblo argentino. En mi opinión fue un conflicto de corte absolutamente populista que se sustentó exacerbando pasiones, partiendo de significantes vacíos y de la descalificación como argumento final. Para mí fue uno de los periodos más lamentables de nuestra historia política, y quizás fue otra versión de la mano de dios de Maradona, esta vez en la política internacional, para justificar lo injustificable, recurriendo a la trampa como argumento.
Tabaré, permítanme llamarlo por su nombre por el respeto que me merece, nos dio una lección de vida y con ello puso al desnudo una de las patologías de la sociedad argentina, la imposibilidad de pensar, dialogar y de buscar la verdad, único sustento del debate.
El presidente uruguayo optó por la vía diplomática y planteó la divergencia ante un tribunal internacional, al tiempo que supo mantener y ejecutar con calidad una decisión de su gobierno.
Lo demás es historia conocida quedando en evidencia lo que llamaría hipocresía y necedad de nuestro gobierno. Fue un triste retrato de nosotros.
Nos dio otra muestra de calidad política cuando le entregó la banda presidencial a su sucesor, Luis Lacalle Pou, cosa de la que Cristina Fernández fue incapaz de hacer, refugiándose en la sima de su acomplejada personalidad, cuando la sucedió Mauricio Macri.
No quiero valorar a Tabaré por su gestión como presidente uruguayo, no me corresponde y además no sabría hacerlo.
Si deseo despedirlo como argentino, porque nos dejó, quizás sin proponérselo, también su legado que espero sepamos aceptar sin benéfico de inventario.
En el caso de “las pasteras” nos dejó el ejemplo de la importancia de la verdad sobre la mentira que fue la base de nuestras “defensas”, y la calidad y firmeza para defender el interés nacional uruguayo.
En el otro caso la trasmisión del mando a Luis Lacalle Pou, nos dio el ejemplo de lo que es un gobierno republicano de base democrática, el pueblo es uno solo, las personas que lo conformamos.
Nuestro patológico populismo es la nuestra más grave de nuestra enfermedad política, que en definitiva es excluyente, ya que una parte de la sociedad de hecho y como le ocurre a la ciudad de Buenos Aries, pretende ser convertida en un Ghetto de indeseables.
Tabaré nos deja en su legado la esperanza de que las patologías se pueden sanar, a pesar de nuestra finitud.
En este momento es posible que Tabaré haya podido develar el misterio de Dios y la paz del descanso eterno.
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