por Ramón de Isequilla, desde Madrid, @ramonpunta
Con el avance de este fenómeno, surgió una serie interminable de categorizaciones, cursos, denominaciones de origen y rutas, en un florido panorama donde cada uno pretende distinguirse con mayor o menor éxito.
Si hay una actividad en que los egos afloran furibundamente, es en la gastronomía, y es lógico que la actividad crucial para la vida humana, el comer, despierte un cúmulo de sentimientos y sensaciones a veces difíciles de entender y manejar. Esta realidad de baile de egos, que para algunos entorpece su estudio, para mi es algo apasionante y digno de profundizar; a esta altura no entendería la gastronomía sin sus “egos”.
Con la globalización y masificación del turismo se generó la necesidad de alimentar a millones de personas lejos de sus hogares y sus costumbres, con la consabida estandarización y pérdida de identidad. Los pioneros en el despertar de este negocio, de comer lo mismo en cualquier parte del mundo, fueron las tropas norteamericanas destacadas en Europa en la segunda guerra mundial, que al volver en los años cincuenta con sus familias al viejo continente a mostrar a sus seres queridos los increíbles lugares donde habían luchado, crearon el fenómeno turístico moderno, que con su evolución y sus variantes dominó la industria de la hospitalidad hasta el 31 de diciembre de 2019.
En los últimos días, la Asociación para la Protección del Patrimonio Gastronómico, institución a la que me he sumado para colaborar con sus objetivos, anunció: “EN ESPAÑA SE CREA EL PATRIMONIO GASTRONÓMICO PROTEGIDO”, subtitulando: “La finalidad es la identificación, protección y promoción del patrimonio”.
En una nota que adjuntamos, se informó sobre las principales características de la tarea iniciada, en la que destacamos la importancia de los “valores gastronómicos propios, transmitidos de generación en generación, y que en la actualidad están siendo sustituidos por una cocina que da prioridad a la rapidez, con productos industriales normalizados para un consumo masivo”.
La presencia en la institución del Observatorio de la Alimentación (ODELA) y de prestigiosos profesionales de la gastronomía, del turismo y del marketing promete un futuro muy promisorio.
Considero este un paso importante (junto a muchos otros que se están dando) para encarar el día después de la pandemia, que tarde o temprano ocurrirá, momento en el cual los que lograron conservar su patrimonio cultural (el gastronómico en nuestro caso) tendrán valiosas herramientas para liderar el nuevo proceso, cuyas características ignoramos, pero la historia nos puso en este tiempo y lugar, y estaremos sin duda a la altura de las circunstancias.
En la actualidad nos provoca ilusión las conversaciones iniciadas en ambas márgenes del Rio de la Plata con instituciones públicas y privadas para llevar este concepto a nuestros queridos Uruguay y Argentina.
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