por Ramón de Isequilla, desde Madrid, @ramonpunta
Recuerdo que los primeros días, salir de casa para ir a la farmacia o al supermercado de la vuelta de la esquina, era una especie de aventura de ciencia ficción; empezaba con el equipamiento, al cual no estábamos acostumbrados: máscaras, guantes y geles, que junto con los zapatos y ropa utilizada dejábamos en la puerta al volver, para desinfectar todo y no llevar el virus al interior de nuestro hogar refugio, protocolo al que con el tiempo nos fuimos acostumbrando y lo incorporamos a nuestra rutina diaria.
El verdadero impacto se producía, al salir a la calle donde todavía hacía frio y se veía una ciudad totalmente desierta, el viento movía de un lado a otro los guantes irresponsablemente tirados en las veredas, alguna bolsa o algún papel. A las once de la mañana de un día de semana en pleno barrio de Salamanca, ningún auto pasaba por las dos avenidas que se cortan a las puertas de mi hogar, y en los doscientos metros que circulaba para un lado o en los cien para el otro, me cruzaba con una o dos personas con las cuales intercambiábamos nuestras miradas con una cruel complicidad ante el drama que estábamos viviendo.
La imagen de la ciudad y de mi barrio en esas condiciones dignas de una mala película post apocalíptica de un domingo de tarde en un aburrido canal de televisión, no podía provocar otra cosa que una extraña sensación de angustia que ponía en mi pensamiento la repetida frase de que “nunca hubiera imaginado vivir algo así”.
Esas sensaciones fueron evolucionando con el curso de los días y de los meses, con variedad de ilusiones y desencantos, hasta acostumbrarnos a esta “nueva anormalidad”, acostumbramiento que se rompe en mi espíritu cada vez que voy por la calle y observo a toda la gente que me rodea con una mascarilla, imagen absurda y cruel para un ciudadano europeo en el siglo XXI.
A las cuatro de la madrugada el sábado 9 de enero de 2021 me despierto, como es mi costumbre desde hace muchos años, (aunque algunos días vuelvo a dormir un par de horas más), y al abrir las cortinas del living un espectáculo extraño y casi fantástico me envuelve, la noche está totalmente iluminada con un resplandor amarillento, no siendo necesario encender ninguna luz para moverme por la casa.
Por esos caprichos de la astronomía y la arquitectura, mi casa ubicada en un último piso de los siete permitidos en el centro de Madrid, tiene una orientación hacia un patio interior que algunas noches de luna llena nos miramos cara a cara con la reina de la noche, y las paredes blancas producen un magnífico escenario. Por ello acudí a mi ordenador a fijarme se estábamos en “luna llena”, comprobando con estupor que nos encontrábamos pasando por un “cuarto menguante”.
El resplandor amarillento entraba en la casa, de la misma forma que decía Carlos Páez Vilaró, que las tinieblas entraban por debajo de las puertas al llegar la noche en Casapueblo.
Esa luz fantasmagórica, por alguna mágica razón se depositó en mi biblioteca, justo en uno de los estantes que contienen la historia y el derecho romano (mis libros están cuidadosamente inventariados y ubicados por temas) y entre ellos sobresalían como devolviendo el mensaje de la mortecina luz los de Suetonio, Tácito y Tito Livio, que nos brindan el placer con su lectura de internarnos en los acontecimientos ocurridos en uno de los tres pilares de nuestra civilización: “Roma”, habiendo ocurrido muchos de ellos en nuestro territorio español o relacionados con el mismo.
Suetonio en su “Vida de los doce Césares” analiza los inicios del imperio comenzando por el divino Julio Cesar y finalizando con Domiciano, Tácito con sus “Anales” y sus “Historias” rescata valores de la República y denuncia el choque de las ideas republicanas proclamadas y la realidad de su época que trasladaron el eje de la política de lo “colectivo” a lo más cruel del individualismo de la dinastía Julio-Claudia y, Tito Livio con la Historia de la Segunda Guerra Púnica pone a la Península Ibérica en el centro de la investigación historiográfica, en tiempos anteriores al inicio de la Era Cristiana.
El legado espiritual y material de Roma a Hispania o España como indistintamente se la denominaba en la época, es maravilloso y el aporte de la misma a Roma también, siendo la cuna de tres sobresalientes emperadores, dos de ellos formando parte del quinteto de los “emperadores buenos” : Trajano y Adriano a fines del siglo I y principios del siglo II que llevaron el imperio a su mayor alcance territorial y Teodosio a fines del siglo IV, ultimo emperador que tuvo bajo su dominio a Oriente y Occidente.
Todas estas imágenes me envolvieron durante una angustiante madrugada en la cual no sabes, ni que está pasado ni que pasará, luego de 18 horas de nevadas ininterrumpidas y de doce horas de que nos desalojaran del Parque del Retiro por los peligros de la tormenta, donde disfrutábamos un espectáculo romántico y navideño que con el correr de las horas se transformaría en algo misterioso primero y en algo tenebroso después.
Fue en esos momentos en mi amarillenta “noche oscura” digna de Kierkegaard, donde producto de mi irrenunciable optimismo, comencé a plantearme alternativas para la vuelta a la normalidad turística, que tarde o temprano llegará, y en esos momentos, que serán sin duda alguna “fundacionales”, pues pese a que al principio de la pandemia pensaba y manifesté públicamente que al terminar los efectos del virus todo sería igual pero más caro, hoy con la experiencia y la información acumulada durante casi un año, me animo a susurrar, por lo menos, que ya nada será igual.
Ya percibimos, que se deberá hacer gala de la imaginación para crear nuevos productos turísticos, centralizados en la segmentación y en la hiper-segmentación, por ello la historia jugará un papel primordial para amalgamar territorios, paisajes, personas y costumbres con un valor agregado que sin duda la fusión de Hispania y Roma cumplirán con nota, remitiéndome como simples ejemplos al Acueducto de Segovia y a los Teatros romanos de Málaga y de Mérida, a los cuales deberemos alimentar con historias o “relatos” como dicen los políticos 3.0, para crear super-productos turísticos post pandemia.
Cuando estaba pensando en todas las posibilidades que tenemos en la cuestión, la mágica luz amarilla, que a esas alturas ya había comprendido que se trataba del reflejo de las luces de la ciudad en los copos de nieve que caían y en el piso blanco que comprobé al medio día siguiente, que cubría toda la Villa de Madrid, se posó en mi imaginación en varios estantes más abajo, en el libro de Geoffrey Parker “El siglo maldito” que nos cuenta como el clima, la peste y los “malos gobiernos” llevaron al mundo desde mediados del siglo XVII a fines del XVIII a una de sus peores calamidades históricas.
Esta nueva entrada en mi “noche oscura” me hizo pensar: Uhm, esta noche se dan las tres cosas, un clima adverso, una pandemia y un Conde Duque post moderno con coleta, llevando a un Felipe IV hoy mutado en presidente del gobierno, a tomar pésimas decisiones, pero por suerte siempre hay un amanecer y tenemos como Rey a Felipe VI que es garantía para defender la Constitución.
Justo en este momento me llega un SMS de la Consejería de Sanidad de Madrid, en el que me informa que desde hoy 11 de enero y por 14 días, la zona de mi domicilio que abarca unas 50 manzanas tiene la “movilidad reducida”, léase confinamiento, no pudiendo salir del perímetro del barrio salvo para algunas causas justificadas como sanitarias, laborales y financieras, debiendo portar para ello un salvoconducto con los datos personales y la causa del desplazamiento a otro barrio de Madrid.
Portal de América