por Luis alejandro Rizzi desde Buenos Aires
Hace muchos años, Juan Domingo Perón explicaba el panorama argentino detallando los distintos partidos que participaban en la vida política, y sorprendió al omitir al partido peronista. Con sorpresa, el interlocutor le preguntó “Pero General, está omitiendo al partido Peronista”. Perón le respondió de inmediato “Peronistas somos todos”.
Con esta anécdota diría parafraseando a Perón que hoy “todos somos low cost”.
La respuesta de Perón tenía y tiene aún cierta lógica, porque el “peronismo” más que una bandera política es un modo de hacer política y una forma de ejercer el poder, y hasta diría, constituye un muestrario de los vicios y virtudes del argentino medio.
Pues bien, el low cost desde su origen marketinero y un perfil estrictamente financiero, ya que el arte consiste en saber administrar con precisión de relojería los flujos de dinero, se ha convertido en una suerte de lo que llamaría filosofía del consumidor.
El consumidor de esta época que nos toca vivir, diría que cuando elige comprar un bien o un servicio en lugar de otro, primero hace una valoración de sus necesidades o prioridades y en base a esa valoración elegirá si gastará su dinero en comprar una bicicleta o viajar un fin de semana a algún destino atractivo.
Una vez que tomó la decisión, elegirá dentro de la oferta disponible y ponderando su calidad y utilidad con su capacidad de gasto, el servicio que comprará.
El sentido común le dirá que lo más conveniente es eliminar gastos superfluos, como los de la intermediación, asi que desde internet buscará el precio más conveniente, tendrá en cuenta la experiencia de anteriores viajeros y apretando algunas teclas concluirá el proceso de reserva, pago en su caso e imprimirá los voucher respectivos.
A su vez, los proveedores de servicios agudizarán su ingenio para ofrecer sus productos al público en general, y a veces hasta señalando la ventaja de la contratación directa.
Días pasados tuve que reservar una habitación de hotel, y en su página web se informaba al internauta el ahorro que le significaba hacer la reserva por ese medio.
Otro dato de la realidad es que el “consumidor medio”, aunque también se advierte en el de los niveles más selectos, sólo quiere pagar lo que está dispuesto a consumir y no se deja encandilar por la variedad de servicios que se le pueden ofrecer dentro de una determinada tarifa o precio.
Esto explicaría el hecho que por ejemplo, en hotelería los hoteles clasificados con dos estrellas sólo ofrecen el alojamiento y desayuno, incluso a veces éste se factura por separado, pero todo en un excelente nivel de calidad. Con esto quiero decir que ya la clasificación hotelera siguiendo con el ejemplo, no tiene relación con la calidad sino con los servicios ofrecidos.
En el transporte aéreo, y esto se nota esencialmente en la Unión Europea, el llamado “low cost” transporta en lo que sería el cabotaje comunitario, a más del 50% de la demanda.
Todo esto significa que la intermediación morirá.
La respuesta no es sencilla, en este momento diría que la intermediación está destinada a disminuir y a reconvertirse.
El cambio decisivo será quizás q ue la intermediación será financiada por el cliente, no por el proveedor del servicio o del bien, obvio siempre habrá alguna excepción. El transporte aéreo ya parece tenerlo definido, no pagará comisiones por la venta de sus servicios.
Otro caso que ya comienza a naturalizarse es el avance de la “economía colaborativa”, que es un sistema de oferta de variados servicios que le posibilita acceder al turismo a sectores sociales de menores ingresos, sin perjuicio de segmentos que llamaría tradicionales que optaron por ese tipo de servicios colaborativos, lo que se vendría percibiendo com mayor profundidad en los sectores de entre 20 a 35 años, ¿los millennials?
Días pasados, una persona que se dedica a estudiar la “modernización burocrática” me anticipaba que próximamente los servicios del notariado serán absorbidos por los servicios informáticos, las inscripciones en los registros públicos las podrán hacer directamente los usuarios, ya existen modos electrónicos para garantizar la autenticidad de las firmas de las personas.
Se imagina el lector el ahorro que significará estas nuevas prácticas, no solo en gastos de intermediación sino también en costos fiscales, teniendo en cuenta que la informatización de esos servicios no será gratuita.
Le pregunté que ello significaría una gran cantidad de puestos de trabajo. Su respuesta fue muy parca. “No siempre se puede seguir haciendo lo mismo en la vida” y como lo decía en una nota anterior, esta es la misión de la educación en la época, prepararnos para lo diferente.
Como dato anecdotario varios supermercados cobran el “delivery”, como si se tratara de una compra más. Le pregunté a un encargado de una cadena importante y su respuesta fue obvia “los clientes que no usan el delivery no tienen por qué pagarlo.”
“Low cost” a fondo…
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