Waldorf Astoria: Memorias de un amante sin cama
Miércoles, 31 Mayo 2017 20:56

Waldorf Astoria: Memorias de un amante sin cama

Amo Nueva York y amo el Waldorf Astoria, aunque nunca me alojé en él, ni siquiera pedí para visitar sus habitaciones, cosa que como agente de viajes debería haber hecho. Pero lo frecuenté mucho. Yo me alojaba en el Doral Inn, un hotel tres estrellas, que quedaba frente por frente, cruzando la avenida Lexington, por el medio, como buen uruguayo.  Ahí me quedaba siempre y durante varios años tuve allí una oficina.

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por Damián Argul, desde Carrasco, Uruguay

 

Cada vez que caminaba de este a oeste, entre las avenidas Lexington y Park, atravesaba el Waldorf   evitando una cuadra del riguroso clima neoyorquino. Y era un placer recorrer este museo viviente del art decó y su gran lobby con mucha gente y algunas celebrities, aunque en julio de l986, durante el Liberty Weekend – centenario de la Estatua de la Libertad, vi   más celebrities que gente. Lo bueno de ese lobby era que ni el gentío ni las clebrities parecían alterar su elegante serenidad.

 

Por eso me gustaba mostrárselo a los turistas como un extracto, una esencia, de los encantos de la ciudad.

 

Recuerdo especialmente una vez cuando llevé a conocerlo a mi primo Aníbal Quesada, marchand d’art, de ojo agudo y gusto refinado. Accedimos por la puerta de Park Avenue y no bien pisó el foyer y vio los grandes murales del español Josep María Sert exclamó entusiasmado “Castellanos, esto es Castellanos” refiriéndose al uruguayo Carlos Alberto Castellanos, uno de sus pintores preferidos. Luego lo deslumbró la glorieta de ébano y cristal de lalique tallado del entrepiso y el gran mosaico del piso obra del mismo Sert. Recorrimos luego esa espléndida planta observando cada detalle de su decoración, una verdadera exposición de art-decó: en las puertas de los ascensores de metal bruñido, las tapas de los antiguos radiadores y hasta en los más mínimos detalles como puede ser el buzón de cartas así como magníficos mármoles, maderas y el  gran reloj que se alza en el medio del  hall ´principal, regalo de la Reina Victoria para la Exposición Universal de Chicago de 1896.-  

 

Terminamos en el Sir Harry’ Bar con unos dry martinis preparados por Sony el mismo barman que se los preparaba a Frank Sinatra. Aquí la decoración te     transporta a un elegante club africano de exploradores, entonces frecuentado por distintos tipos de cazadores urbanos.

 

Muchos otros motivos me llevaban al Waldorf, comprar entradas “imposibles” en el puesto de American Theatre, gigantesco revendedor, que tenía allí en pleno lobby un prominente y lujoso escritorio. También visitaba la galería de planta baja – sobre Lexington Ave. -  que tenía una librería con ediciones raras y antiguas y peluquería al estilo del más tradicional barber shop londinense cuyo aroma de lociones se percibía desde los pasillos. Yo iba a la pequeña tienda del hotel. con la más variada selección de revistas, algunas difíciles de encontrar aún en Nueva York.

 

Otro motivo de mis visitas era el magnífico brunch del Waldorf. Crucé  una vez con unos compatriotas  amigos desde el Doral al Waldorf al restaurant Peacock Alley. Los 180 manjares estaban distribuidos y presentados en largas mesas que ocupaban parte del gran lobby. A uno de mis amigos  le dicen que  no podía entrar por estar con una T-Shirt, discreta, elegante, supongo, pero prohibida. Eran las 13:50 y el restaurant cerraba a las 14:00. Nunca vi a nadie correr tan rápido, cruzar la avenida, subir y bajar 14 pisos y a las 13:58 pudimos entrar al salón prontos para el festín.

 

Como fuimos los últimos en llegar también nos quedamos últimos con el restaurant para nosotros, ya cerrado. Hablando con los mozos, que eran ecuatorianos, saltó el nombre de Alberto Spencer y empezamos a charlar de fútbol con nuestros nuevos amigos sentados en nuestra mesa, fuera del protocolo Waldorf.

 

En la planta baja sobre Lexington hay también dos lugares muy especiales, quizás como todo lo del hotel, uno el Bull and Bear, en la esquina de la calle 49, un restaurant clásico que se precia de tener las mejores carnes Aberdeen Angus de la ciudad . Aquí la carpintería caoba en estilo georgiano, era la gran protagonista. En el bar ubicado en el centro del salón se pasa bien, y tomar una copa allí es una forma de disfrutar el ambiente y sin incurrir en grandes gastos, algo que recomiendo para disfrutar muchos de estos “santuarios” neoyorquinos.

 

En la otra esquina, el Oscar’s Bar, brasserie, sobre la calle 50, es muy agradable. Sentarse en la barra te permite conocer gente con la que siempre se aprende algo. Aquí se dice que nacieron la ensalada Waldorf, los huevos Benedict y la salsa Thousand Islands. Sirven famosas ensaladas pero mi plato preferido siempre fue el sándwich de pavo con cranberry sauce. El postre, muy sencillo, a la salida hay una gran fuente con mentas achocolatadas, deliciosas.

 

Del Oscars Bar tengo un recuerdo especial, ahí fuimos a comer con mis dos hijos varones, todavía adolescentes. La idea era que conocieran algo diferente a McDonald o las pizzerías Sbarro.

 

Lo logré parcialmente, los dos pidieron hamburguesas. El mozo era de Bangladesh, preguntó de dónde éramos y también salió el tema del Fútbol, era admirador de Fráncescoli, lo que le pasará hoy a muchos compatriotas con Suárez y Cavani. Al rato uno de mis hijos preguntó
-     ¿demoran las hamburguesas?
-    “Aquí en la Waldorf las papa fritas se hacen de a una” contestó nuestro interlocutor en tono didáctico.

 

Ese es el Waldorf Astoria. En aquel momento recordé una vez que reservé unas  suites y habitaciones comunes para un señor mexicano, muy rico, sus invitados y guardaespaldas. Cuando las confirmaron advirtieron que los guardas empleados eran bienvenidos, pero que no podían entrar con armas: “El Waldorf se encarga de la seguridad de sus clientes”.

 

Habría mucho más para escribir y ya hay mucho escrito sobre el Waldorf, pero mejor no abusar de la generosidad de este sitio.

 

Quizás estas líneas deberían haber sido dedicadas al hotel Doral Inn,  mi casa fuera de mi casa, “el hotel del uruguayo” Ernesto Langsner su Director de Marketing, querido amigo,  y sus mil historias, pero el Waldorf fue cerrado el pasado 1° de marzo y lo estará por unos tres años.

 

Comprado en el año 2014 por Anbang, compañía china de seguros, esta piensa convertir una parte del hotel en condominio. La New York City Landmarks Preservation Commission ha señalado los valores del histórico edificio que deben ser conservados. Por su parte Anbang es consciente de sus valores y ha prometido respetarlos.

 

Así que si alguien se tomó el trabajo leer estas líneas y las tenga presente, confío que en un futuro cercano tenga el placer de disfrutarlo. Y que visitarlo siga siendo gratis.

 

Portal de América

Comentarios  

Bella prosa poética la de esta hermosa narración. Congratulation

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