Quo vadis NASA?:El futuro del programa espacial de los EEUU ante una encrucijada
Viernes, 26 Febrero 2010 17:07

El 4 de octubre de 1957, los EEUU se vieron enfrentados a una pesadilla, que terminó generando una crisis de opinión pública sin precedentes.
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por José Luis Hernández

Ese día comenzó a orbitar la tierra un objeto hecho por el hombre: El Sputnik (“satélite” en ruso) I. A primera vista, sus especificaciones no eran demasiado impresionantes: una esfera de metal de unos 100 quilogramos de peso y unos 60 cm de diámetro con dos antenas de dos secciones c/u, inserta en una órbita elíptica baja, en la que completaba una revolución cada 101.5 minutos.  

Pero su significado no escapaba a nadie: la Unión Soviética (utilizando, tal como también lo hicieron los EEUU, la experiencia de científicos alemanes capturados sobre el fin de la guerra) había conquistado la primacía en la carrera espacial, dando un duro golpe al orgullo y prestigio de los EEUU. La URSS se había asegurado (publicitando ampliamente las frecuencias de transmisión) que los radioescuchas de todo el mundo siguieran el “bip-bip” que emitía el satélite, con lo que la atención del mundo quedó por varios días fuertemente concentrada en ese objeto que circunnavegaba la tierra desde el espacio .

Los EEUU habían emergido como la mayor potencia económica y militar después de la Segunda Guerra Mundial y la confianza de sus ciudadanos en sí mismos y en las posibilidades de su país parecía no tener límite. Por eso, el inesperado golpe al orgullo que les había asestado la URSS era especialmente fuerte. Además, era bien evidente que el cohete que había puesto el satélite en órbita podía también ser utilizado con fines militares. Las guerras del Siglo XX en que el país había intervenido, se habían peleado totalmente fuera de su territorio y si bien el costo en vidas y recursos había sido muy grande, existía una sensación de invulnerabilidad con la que el Sputnik terminó dando por tierra.

Como resultado casi inmediato, por una ley federal del Congreso, que fue promulgada por el Presidente Einsenhower el 29 de julio de 1958, la responsabilidad para la exploración espacial del país fue transferida de la NACA (National Advisory Committee for Aeronautics – Consejo Nacional Aeronáutico, un organismo de carácter militar) a la recién creada NASA (Administración Nacional Aeronáutica y Espacial). Existía la noción que el “establishment” militar era incapaz de seguir la carrera espacial con la Unión Soviética. Curiosamente, el programa soviético era y es (su heredero ruso) dirigido por los militares, aunque competían y compiten entre sí varios centros de estudio, hasta su unificación en 1974 bajo la égida de NPO Energia, pero siempre bajo la tutela militar.


A partir de ese momento, si bien las actividades espaciales civiles y militares de los EEUU son coordinadas por varios organismos (entre ellos, los restos de la NACA), han seguido cursos paralelos, pero independientes entre sí. La ley de creación de la NASA hacía del gobierno el único proveedor de transporte espacial, situación que se prolongó hasta 1984, en que se permitió a usuarios civiles el uso de servicios de lanzamiento de la NASA.

A la recién creada institución se le encomendaron no solamente la exploración espacial, sino también la investigación y desarrollo de técnicas aeronáuticas, así como la observación de la Tierra, el sistema solar, el universo y sus orígenes; es decir adelantar el descubrimiento científico en todas estas áreas. Como tal, absorbió la mayoría de las estructuras de la NACA, sus empleados y presupuesto, así como una serie de laboratorios e institutos, entre los que se contaban el programa militar del Ejército con los científicos alemanes responsables del programa V2 de cohetes (liderados por Wernher von Braun), emigrados a los EEUU después del fin de la Segunda Guerra Mundial.

El 31 enero de 1958 los EEUU lanzaron su primer satélite artificial, el Explorer I, con lo que se administró a  la opinión pública un cierto tranquilizante, pero existía la noción que debería hacerse mucho más.

En efecto, los soviéticos parecían estar uno o varios pasos delante de su rival, logrando paulatinamente colocar en órbita objetos cada vez más pesados, complejos y espectaculares. ¿Quién no recuerda a Laika, esa perrita vagabunda de 3 años y 5 quilos, recogida en las calles de Moscú, que inició su viaje sin retorno en el Sputnik 2, el 3 de noviembre de 1957?

En 1959, el satélite Luna 1, lanzado el 2 de enero, se convirtió en el primer objeto hecho por el hombre en escapar a la atracción terrestre, al alcanzar la llamada “segunda velocidad cósmica” pasando el día 4 a unos 6.000 km de la Luna e insertándose en una órbita solar entre la Tierra y Marte.

El 12 de abril de 1961, Yuri Gagarin fue el primer hombre en viajar al espacio y en orbitar la Tierra en la cápsula Vostok, hecho que le valió inmediatamente una merecida fama internacional.

Mientras tanto, los esfuerzos de la NASA palidecían ante los logros de sus rivales soviéticos. El 5 de mayo de 1961, Alan Sheppard se convirtió en el primer astronauta de los EEUU al realizar un vuelo suborbital de 15 minutos, dentro del proyecto Mercury. Al que le siguió el más avanzado Gemini. Y luego el Apollo, que fue el primero en enviar seres humanos más allá de una órbita terrestre baja.

El proyecto Apollo representó un poderoso catalizador para la NASA y para la sociedad de los EEUU, al ser anunciado por el Presidente John Kennedy frente al Congreso de los EEUU el 5 de mayo de 1961 el propósito de lograr el desembarco de seres humanos en la Luna “antes del fin de la década”.

Provista de ingentes recursos, el personal y el apoyo de científicos, investigadores, firmas de tecnología y universidades, la NASA se lanzó de lleno a hacer realidad ese gigantesco desafío. Desafío, que no sin contrastes (la misión Apollo 1 resultó en la muerte de los austronautas Grissom, White y Chaffee y el Apollo 13 casi termina trágicamente debido a una explosión a bordo) resultó en la recordada misión Apollo 11, que el 20 de julio de 1969, ante la mirada de un mundo atónito, logró el desembarco en nuestro satélite natural de Neil Armstrong y Buzz Aldrin, mientras que su compañero Collins permanecía en órbita lunar.
Como declaró Armstrong: “Un pequeño paso para el hombre, pero un salto gigante para la humanidad”.  Hasta la última de las misiones lunares, (Apollo 17-diciembre 1972) doce hombres pusieron su pie sobre la superficie de la luna. A partir de ese momento, los EEUU pudieron considerar que se habían impuesto en la carrera espacial  y pudieron contemplar su situación con más calma y también con algo de complacencia. Pero el gran impulso presupuestario, político, tecnológico y aún patriótico ya había pasado.

La NASA debería entonces buscar nuevos desafíos y otras fronteras a conquistar. El paso siguiente, a fines de la década de 1970, fue un concepto revolucionario: vehículos espaciales reutilizables, que pudiesen ser operados en una forma similar a la de los aviones comerciales: el Shuttle.

Hasta entonces (y de hecho hasta nuestros días) los costosos vehículos espaciales eran descartables, siendo consumidos en su operación. Este nuevo concepto era entonces doblemente atractivo, pero el programa nunca alcanzó las expectativas iniciales, al resultar mucho más oneroso de realizar y de operar de lo que habían sido sus objetivos. Y que además demostró tener un talón de Aquiles en la protección térmica contra las elevadísimas temperaturas generadas por su reingreso a la atmósfera terrestre, hecho que causó la pérdida del “Columbia” en febrero de 2003. Por su parte el “Challenger” fue destruido en su etapa de ascenso en enero de 1986 por una fuga de gases de combustión proveniente de uno de los cohetes auxiliares (“SRB o solid [fuel] rocket booster”) a raíz de la falla de una junta de unión (“O ring”) entre sus secciones, debida a las bajas temperaturas antes del lanzamiento. Todo esto demostró que las promesas originales se estrellaban ante los innumerables desafíos tecnológicos, no totalmente resueltos.

Pero es un hecho que sin la capacidad de carga del Shuttle (y la de los cohetes soviéticos y después rusos, Proton y Soyuz), jamás se hubiera podido construir la Estación Espacial Internacional (ISS) que está en este momento en órbita terrestre elíptica baja (perigeo 278 km; apogeo 460 km) sobre nuestras cabezas, casi completa.

Este emprendimiento fue el resultado de la continuación de la cooperación en materia espacial entre los EEUU y la Unión Soviética, que se remonta al proyecto piloto Apollo-Soyuz de julio de 1975. Si bien ambos países habían ya tenido experiencias con estaciones espaciales, las realidades presupuestarias favorecieron la fusión de los proyectos nacionales en una amplia cooperación internacional, que tomó cuerpo con un acuerdo logrado en setiembre de 1993 entre los EEUU y Rusia.

Acuerdo que luego se extendió a la Unión Europea, Japón y Canadá. La construcción se inició con el lanzamiento por parte de Rusia del módulo Zarya, al que siguió el Unity de los EEUU. La construcción había sido planeada para ser completada a fines de 2003, pero dificultades presupuestarias llevaron la fecha prevista hasta el 2011. La ISS es el proyecto más costoso emprendido hasta la fecha (su costo final se estima en US$ 150.000.000.000) y es el satélite artificial más grande de nuestro planeta. Ha estado permanentemente habitada desde el 2 de noviembre de 2000 y astronautas de más de 15 naciones la han visitado. En ella se llevan a acabo experimentos en una ambiente de microgravedad sobre biología, física, astronomía y meteorología, a la par que se ensayan los materiales y sistemas que en su momento serán utilizados en misiones a la Luna y Marte.


La NASA también mantuvo un profuso programa de naves no tripuladas, con el que exploró los planetas del sistema solar y más allá, comenzando con el programa Mariner en 1962, y siguiendo con los llamados Pioneer, Voyager, Viking, Magellan, Galileo, el telescopio espacial Hubble (1990), los “rovers” (exploradores sobre ruedas) a Marte (el primero de los cuales en llegar a un planeta fue el Sojourner en 1996).
 
Pero ya en la década de 1990, se había hecho evidente el “desamparo” presupuestal en que había caído la Agencia.. Y que además estaba seriamente necesitando una visión y una misión como la que le había encomendado el presidente Kennedy en mayo de 1961.

En enero de 2004, el entonces Presidente George Bush anunció un nuevo plan para el futuro de la exploración espacial, plan que recibiría el nombre de Constellation. El mismo tenía por objetivo relanzar a la NASA, a la vez que revivir el entusiasmo popular por las actividades aeroespaciales y preveía:

•    La construcción de un nuevo lanzador (Ares I, seguido por uno más poderoso, el Ares V) y de una cápsula (Orion) que podría ser utilizada para reabastecer la Estación Espacial y para vuelos a la Luna, Marte y más allá.

•    La terminación de la construcción de la Estación Espacial y los fondos para operarla por lo menos hasta el 2015

•    El retiro del Shuttle a fin del 2010

•    La cooperación internacional

•    El uso de misiones robóticas y tripuladas

•    El recurso a transportadores rusos y europeos para los suministros (y en el caso de los rusos, también para recambio de tripulaciones) a la Estación Espacial entre el retiro del Shuttle (2010) y la fecha operacional inicial de Ares/Orion, prevista para el 2014.

Al inaugurarse la administración Obama, existían profundas dudas sobre la factibilidad de este programa, por lo que se decidió crear un panel de expertos, presidido por el antiguo Jefe Ejecutuvo de Lockheed Martin (el contratista militar y espacial más grande del mundo), Norman Augustine. El panel presentó varias recomendaciones y opciones, dejando bien en claro que con el nivel presupuestal que la NASA venía teniendo hasta ese momento, el proyecto Constellation era irealizable tan cual como estaba planteado.

Por fin, el presidente Obama, en su presentación de presupuesto para el año fiscal 2011, adoptó las siguientes resoluciones, en lo que tiene que ver con la NASA:

•    Eliminar el programa Constellation, cancelando los lanzadores Ares y la cápsula Orion.

•    Retirar el Shuttle a fines del 2010

•    Proveer fondos adicionales, por sobre el nivel actual, por un total de US$ 6.000.000.000 a lo largo de 5 años,

•    Utilizar los servicios de emprendedores privados para los suministros y cambios de tripulaciones de la Estación Espacial, proveyendo fondos para sus emprendimientos  .

•    Prolongar la operación de la Estación Espacial hasta el año 2020, aprovechando más a fondo todas sus posibilidades

•    Explorar tecnologías innovadoras, en lugar de “algo más de lo mismo” (tales como depósitos de combustible en órbita, para reducir el peso de despegue desde la Tierra –una de la recomendaciones del panel Augustine- , cohetes impulsados por plasma y otras técnicas de propulsión, materiales livianos, protección térmica avanzada, vehículos reutilizables).

Por supuesto que un paso tan audaz tiene sus partidarios y sus detractores, a veces dictados por quiénes pierden y quiénes ganan con estos cambios.

Como lo estableció un editorial reciente de la respetada revista “Aviation Week and Space Technology”, éste puede haber sido el “momento de JFK” para Obama, según el astronauta Buzz Aldrin. O bien, si este desafío a la capacidad de emprender y de innovar de la industria privada llegara a fallar, “la NASA estará lamiéndose sus heridas mientras los astronautas chinos llegan a la Luna y Rusia impone indefinidamente sus condiciones para transportar aastronautas de los EEUU desde y hacia una órbita terrestre baja”.

Para usar una expresión muy popular en los EEUU, “el jurado todavía está deliberando”. Y lo estará por un largo tiempo.

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