Las cosas por su nombre
Lunes, 20 Enero 2014 23:58

¡Cuánta tinta en diarios y semanarios manchando hojas y hojas! ¡Cuántas declaraciones al aire que no dicen nada! ¡Cuánto rodeo! ¡Cuánto eufemismo!
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por Florencia Sader, desde Punta del Este

Parece ser que todos los años pasa lo mismo en Punta del Este. Hay una realidad que se vive día a día en la calle, en los comercios, en la playa, en cada una de nuestras casas. Por otro lado hay una serie de “intérpretes de la realidad” que se cuidan muy bien de no utilizar ciertas palabras, como si erradicándolas del vocabulario nos liberáramos de su influencia.

Según el psicólogo suizo Carl G. Jung “El acto de nombramiento es, como el bautismo, muy importante en cuanto a la creación de la personalidad. Se ha atribuido un poder mágico al nombre desde tiempos inmemoriales. El saber el nombre secreto de una persona u objeto es tener poder sobre él.”

Para empezar a promover un verdadero diálogo y buscar soluciones a ciertos temas es imperativo empezar por nombrar los problemas. Asignarles la palabra que les corresponde y no re-bautizarlos con algún eufemismo barroco que lo único que hace es dilatar el reconocimiento de una situación, que mientras tanto envalentonada, crece ante los ojos de todos. Algunos susurramos el nombre prohibido, despacito casi con vergüenza, sintiéndonos un poco transgresores y otro poco traidores de la patria.

Curiosamente en estos últimos tiempos he escuchado los nombres y las palabras que muchos se resisten  a pronunciar de la boca de extranjeros radicados en la zona. Quizás porque se sienten más libres y se creen con el derecho de exigir, ya que vinieron atraídos por una cierta calidad de vida que se les prometía. Ellos no tienen puestos públicos que proteger, ni reciben subsidios del estado.  Ellos no tienen por qué hacer “marketing positivo” de un lugar en el que muchas veces se les exige más de los que se les da.

Empecemos por darle a las cosas los nombres que les corresponden. Si ni siquiera las nombramos estas no desaparecen, sólo crecen creyéndose ignoradas. Al no reconocerlas les damos poder sobre nosotros.

Pidámosles, exijámosles a los comunicadores compulsivos de buenas nuevas que se atrevan a pronunciar las palabras prohibidas. Digámosles que su afán de pintar que todo está “pum para arriba” siempre, raya con lo ridículo y nos tiene aburridos.

Portal de América

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